Mi Carrera Trail Run

Un viaje de ida

Por Maximiliano Molina.

Llegar a Fiambalá no fue fácil, y cruzar la meta del “Desert Trail 30” tampoco. Pero como suele decirse, “si fuese fácil, no valdría la pena”. A lo largo de cientos de kilómetros en la ruta y de los 34,6 K que tuvo la carrera quedaron cientos de fotografías, increíbles paisajes, muchas sensaciones, emociones y pensamientos. Pero sé que cada vez que mire la hermosa medalla que me colgaron en el pecho por haber completado esta durísima prueba, lo primero que vendrá a mi mente será la gente que conocí a lo largo del recorrido.

Recuerdo los rostros y tonadas en cada pueblito hasta llegar a destino. También los consejos de aquellos que habían corrido esta carrera años anteriores; del joven misionero que se sentó a mi lado en la traffic rumbo a la largada y temblaba. Nunca sabré si era por el frío o por la ansiedad previa al inicio. Como olvidar la mirada de los niños en Saujil -donde comenzaba la aventura-, que observaban asombrados a los corredores con todos sus artilugios para enfrentar el desierto. Qué decir de aquel riojano que me explicó in situ como subir las empinadas dunas sin “liquidar el cuerpo” en el intento.

Hubo momentos de soledad, de mirar hacia los cuatro puntos cardinales y sentirse diminuto ante tanta inmensidad, en la nada misma. Asustaba. Fueron instantes para encontrarse con uno mismo. Miraré otra vez la medalla y sonreiré al recordar a los dos cordobeses con los que hice casi toda la carrera. Hablamos de todo, de nuestras vidas, como si nos conociéramos hace muchos años. Así, los kilómetros y kilómetros en la arena no fueron tan pesados.

Metros antes de llegar, en las Termas de Fiambalá, abracé a mi familia que me esperaba entre las piletas del lugar, crucé la meta y mientras lagrimeaba, una señora me felicitó y me abrazó como una madre. Con todos los corredores hacia lo mismo. Era sincero su gesto.

No fue una carrera más. Ni mejor ni peor que otras, sencillamente distinta, única. Fue un viaje de ida conseguir esa medalla porque cada vez que la mire, desearé volver a vivir esta experiencia.

*La carrera contada fue el 26 de mayo de 2017. Y este texto fue escrito días después cuando regresé de Fiambalá. Hace poco, me topé con esa medalla, guardada en un cajón. Ya pasaron casi tres años y la sensación al mirarla fue la misma que cuando redacté estas líneas.

Print Friendly, PDF & Email