Mi Carrera

Túneles, yungas y mucha agua: una experiencia para vivir

(8 de marzo de 2024). – Foto principal: Andrés Díaz Fotografía.

Por Maximiliano Molina. // Salir del circuito de carreras a la que se está acostumbrado siempre hace bien. Permite conocer nuevos lugares, distintas provincias y en el caso de los más veloces, medirse con otros competidores de nivel. Esa fue una de las razones por la que “Los Túneles, Desafío al Cañón de Paclín” se convirtió en un objetivo.

Sumado a eso, por varias experiencias anteriores, siempre se llega a la conclusión de que Catamarca “nunca te falla”. Es un gran destino para correr. Carreras muy bien organizadas y con una variedad de paisajes y climas increíbles. Hacía allá fuimos con un grupo de apasionados por la aventura para afrontar la distancia más larga de esta competencia: los 25K, también denominada “Puma”.

El epicentro fue en el Polideportivo de La Merced, localidad ubicada a unos 50km. de San Fernando del Valle de Catamarca. En la previa, una fuerte y persistente lluvia azotó la región por lo que todos ya imaginaban que el agua sería preponderante en la competencia dada la geografía del lugar. Tras una acreditación sencilla y ágil, siempre con la amabilidad del staff de Eco Catamarca, llegó el momento de la largada.

Tras los primeros metros por una calle de asfalto que te sacaba del pueblo, llegó una bajada a una acequia de 1K de extensión con unos primeros metros en donde debías pisar en el lugar indicado para no perder las zapatillas en el barro. Después, el agua ya corría como un arroyo y llegaba hasta arriba de las rodillas en algunos tramos. Fue como una especie de bienvenida.

Luego de ese primer obstáculo, un camino consolidado en ascenso te adentraba en las yungas. Las nubes que jugaban con las montañas era la fotografía que había cuando levantabas la cabeza y mirabas el horizonte. Llegaron los senderos y el esperado momento, que hace única a esta carrera, estaba ahí.

Una recta entre dos paredes de vegetación y en frente “la vedette” de esta carrera: los túneles. Se trata de una obra faraónica que nunca se concluyó; y que pretendía unir Catamarca con Tucumán por vía férrea. En la competencia se transita por cinco túneles, que tienen unos 7 u 8 metros de alto por unos 5 metros de ancho, aproximadamente.

El primero es el más extenso, y por el que pasan todas las distancias. Tiene 2080 metros, con oscuridad total –indispensable la linterna- y con agua en casi todo el trayecto. En algunos tramos daba a los tobillos, en otros hasta casi hasta las rodillas y por momentos pisabas en un suelo de arena húmeda. Correr por ahí activa los sentidos; y te hace pasar por varios estados de ánimo. Al principio, sorpresa y emoción; pero tras unos minutos, sentís que la salida nunca se acerca. La incertidumbre y ansiedad crecen. Al mismo tiempo, quizás por la cantidad de personas, el vapor se apodera de la escena y le da un toque más al momento. Seguís firme, haciendo fuerza y luchando con el agua; sabiendo que la luz al final del túnel siempre está.  A la salida y cuando el día vuelve a iluminarte, inmediatamente ves la entrada al segundo -en donde estaba el retorno de los 17K y 10K-.

Tras esa experiencia que es difícil describir pero recomiendo vivirla, entrás definitivamente en las “yungas”, palabra que proviene del quichua y significa selva, valle o bosque nuboso de montaña. El verde intenso te rodea, los sonidos de la fauna te envuelven y las cascadas de vertientes te sorprenden. Todo por un sendero que bordeaba el precipicio. En ese instante es cuando solo agradeces poder estar ahí para contarlo.  Al mismo tiempo seguís atravesando túneles, aunque ya son distintos: tienen entre 50m y 150m aproximadamente; y en solo uno, que tiene una curva, hace falta la linterna.

Continuó una bajada abrupta por un camino que alguna vez fue de 4×4 para llegar a una ruta vieja, que parecía abandonada; en donde el verde ocupaba cada resquicio del asfalto resquebrajado; y los musgos se abrazaban a cada madera de tranquera o señal de tránsito que queda en pie.

A continuación, un puesto de agua, una marca en el dorsal, y el inicio de posiblemente la parte más dura del recorrido: río arriba, una lucha con el agua, las piedras y la arena; sin demasiadas posibilidades de hacer costering. No quedaba otra, había que correr por el lecho. Para no pensar tanto en el esfuerzo, lo mejor era levantar la cabeza y mirar hacia arriba. Por momentos, era un túnel verde; y cuando se hacía más angosto, algunas lianas decoraban el lugar. Hubo momentos de risas en solitario, cuando querías subir las enormes piedras mojadas y fallabas en el intento. Fueron 4K así, con un obstáculo extra: un ascenso con una soga por las piedras con ayuda del staff; y al lado, la caída de una cascada de ensueño.

Siguió una subida en cuatro patas por una ladera de tierra frágil que se desprendía en cada paso; y otra vez el túnel más extenso de frente, con su imponente bóveda oscura. Ahora en dirección contraria. Una pausa para sacarse la arena de las zapatillas y a correr otra vez en la oscuridad. Esta vez fue distinto, ya con más confianza aunque apurando el paso para alcanzar a otro corredor y seguir a su lado porque mi linterna falló.

Tras cruzarlo, apareció un sendero rápido, otro tramo en una acequia llena de agua más un costering de varios kilómetros a la vera de otro río, con varios cruces de un lado a otro. Siempre con barro, con el verde imponente hacia los cuatro puntos cardinales y un cielo gris que acompañó toda la carrera.

Los últimos kilómetros fueron por un camino de fincas, de esos que uno disfruta en una tarde de domingo, donde se pueden percibir los aromas del entorno y la brisa fresca. Para relajarse y dejarse llevar.

Ese gran momento se cortó cuando las indicaciones de la organización señalaron hacia arriba. Pequeño tramo de escalares y un pensamiento de alivio al verlas. Un descanso y cuando girabas la mirada hacia la izquierda, los escalones parecían interminables. A esa altura y ya con más de 25K encima, estabas ante una escalera al cielo. Con dientes apretados, escalón por escalón, la recompensa al llegar arriba era tremenda: un paisaje sublime a 180°, como un repaso de todo lo vivido esa mañana. Descenso abrupto por una calle de tierra hasta encontrar la recta final de asfalto rumbo a la meta.

La medalla finisher, la arena en las zapatillas, el barro en los pies, el pantalón y la remera empapada, y la satisfacción de todo el grupo. Y esas marcas que quedan. La de encontrar este tesoro catamarqueño de túneles, yungas y mucha agua. Y por supuesto, el deseo de volver pronto.

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